30/12/2008

Locales

RINCON TRADICIONALISTA: La yerra (2º parte)

Por Ernesto Sanginetto

En el continuo recorrer buscando datos fidedignos con respecto a las costumbres camperas más tradicionales que como he dicho en notas anteriores son muy difíciles de volver a disfrutarlas o participar de ellas como era de uso normal años atrás, les quiero transcribir un detalle del libro “La Lanza Rota” de Dionisio Schoo Lastra en “En carta a Don Segundo Roca” dueño de campos en la zona del sudeste de la pcia.de Bs. As.que recibe al hijo de Agustín Costa Paz, médico y padre de familia para ser instruido en los quehaceres camperos haciendo una descripción excepcional de cómo se desarrollaban las yerras en la antigüedad siendo este segmento solo parte del relato: “- Cuéntale lo que fue el aparte que hicimos en el campo de Don Alejandro Strugamou que duró diez días, torneo gauchesco: eran más 50 los criollos cada uno con su tropilla que no bajaba de 10 caballos de un pelo, la tuya de 22 zainos.
Juan Farías, Antonio Palomeque, Severo Reyes, Valerio Domínguez que llegó desde La Magdalena, de “Luis Chico” de Boucau.
Cuando hubo que sacar a rebenque 2.000 vacas, toros y novillos de “San Francisco” para los que, con motivo de una gran seca, había dado pastoreo Don Alejandro. Segundo Galeliano, el gaucho mayordomo, movilizó la gente de “San Francisco” y la indiada de Junín, que tenía sus toldos en el campo de “La Cruz”.
Justa épica, no hubo hazaña de destreza y coraje que no se renovara cada día, pacífico encuentro de gauchos e indios de Junín que poco antes se habían topado entreverándose a lanza, en los mismos campos en que realizaban sus hazañas de vaqueros con lujo de su desprecio por la vida, a cual más parador y Santa Bárbara; luciéndose los cristianos ante su jefe allí presente, el capitán Pablo Vargas, y lo mismo los indios ante su capitanejo de la tribu grande, Pichi- Pincén, y ante sus caciques, los Farías y los Faustino, que los habían encabezado, poco hacia, entrando a malón.
Y los gauchos Ramón Torres con su barba rubia y sus grandes espuelas de plata, en mangas de camisa de plancha, chaleco negro, chiripá y bota fuerte. Enfrenaba una tropilla de redomones marca de “Seis” muy duros de boca, decía él que como no domaba para “lancear” las más de las veces para que los muy rebeldes aprendieran a obedecer, cuando se los sujetaba los paraba tomando al cruce un toro; hecho un nudo el toro y el redomón, de la polvareda salía Ramón parado, sonándole las espuelas y revoleando al arreador con virolas de plata que nunca se le caía de las manos, por supuesto que el toro después de semejante sopapo orejeaba mansito para el señuelo y que el redomón iba aprendiendo que era mejor obedecer .
Y el tipo clásico del gaucho alzado que brotaba de entre los pajonales de “San Francisco” en cuanto se paraba el rodeo el “negro ajeno”, él no podía faltar en aquella asamblea memorable. Llegó arreando una tropilla de rosillos oberos, criollos netos, crinudos y porrudos. Era un negro rotoso alto y delgado con la mota pegada al cuero cabelludo. Al caballo parecía que las enormes espuelas de fierro que calzaba en los pies desnudos iban a arrastrar por el suelo y era así un centauro de seis patas.
Chiripá largo que fue negro y estaba verde por las intemperies, calzoncillo ancho sin flecos, camiseta de punto y una enorme cuchilla marca “chanchito” sujeta con la faja y las sogas de las boleadoras de potro.Su poncho calamaco desflecado y un recado sintético e hilachento era todo el equipo del negro misterioso y temido por la “hechurías” que le adjudicaban. No daba su nombre, le pregunte una vez: - ¿y como te llamas negro ajeno? –“Y, negro ajeno ¡pues!- me contesto riendo con su enorme boca de horno encendido (años después se supo su nombre era Salustiano Quinteros).
Su entrada al rodeo era un bochinche: espuelazos sonoros, lonjazos como cohete, gritos guturales y pechadas formidables, dejando toros y vacas patas arriba. Se le caía el caballo y el limitándose a abrir las piernas se dejaba levantar por su rosillo. Oìanse entonces las carcajadas de indios y gauchos, carcajadas hombrunas de admiración y placer ante el peligro familiar y eterno de la vida de la llanura.
Si un toro lo destripa al negro o un caballo lo revienta aprentándolo no hubieran sido menos sonoras las exclamaciones de desprecio por la muerte.
La guarida del negro eran las nueve leguas de “San Francisco”. Nadie lo llamaba a los trabajos, aparecía y desaparecía por largos intervalos, decíase que el día lo pasaba entre espartillares de la mar por el lado del Puesto “San Ramón” en puntos estratégicos, que le permitieran huir de la policía, aunque fuera peleando.
Como él, había otros, he querido citar dos extremos: Ramón, gaucho derechista y el negro, izquierdista, ambos bárbaros en los trabajos y entre esos dos extremos estaba toda la escala de destreza del gauchaje, virtuoso del trabajo como domadores, y capaces en las labores, lujoso como el viejo Arce con su tropilla de 30 bayos y sus hijos, José y Dionisio, el primero con 20 y tantos oscuros y el otro con otros tantos tordillos de Morgan de las “Tres Flores” y qué pingos todos, sacaban los toros del rodeo sin gritos ni lonjazos, “acodillaban” al primer pique y de un saque hasta el “señuelo”. Y los bayos, los oscuros y los tordillos siempre bien gordos ni sudaban.
Escribiéndote vuelvo a sentir aquella vida de pampa, huella tan natural y que nos entro hasta el fondo del alma.”
Como podrá observar el lector estos relatos basados en hechos totalmente verídicos, vienen a corroborar, lo escrito anteriormente con respecto al manejo de las yerras a campo e indudable capacidad campera de los hombres y animales que la realizaban.
Gracias al obsequio que me fuera hecho por el Dr. Jorge Villalba, que a su vez lo recibiera de otro gran criollo local Don Abel Fernández, vemos una fotografía tomada aproximadamente en año 1928 en la estancia “Acelain”, a la derecha Alfredo Sosa, rauchero muy buen pialador y capataz de tropa de la estancia, en el centro Marquitos Aguirre, mayordomo, y el de la izquierda es el capataz de campo Hermenegildo Herrera. Los dos paisanos visten chiripá que era de uso corriente en la época, que maravilla poder haber estado allí y participar y aprender de gentes como estas que estamos viendo que sin duda fueron los últimos grandes referentes del gauchaje que pobló las estancias del campo argentino.
Buenos amigos espero les haya gustado la nota y solo me resta desearles pasen ustedes un feliz fin de de año y un mejor 2009.

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