18/07/2018

Mundo

Se cumplen 100 años del nacimiento de Nelson Mandela

«Comparezco ante vosotros no como profeta, sino como humilde servidor. Vosotros y vuestros sacrificios heroicos me han permitido estar hoy aquí delante de vosotros y por lo tanto, los años que me queden de vida, estarán en vuestras manos». Estas fueron las primeras palabras que pronunció un envejecido Nelson Mandela (que hoy cumpliría cien años) nada más salir de la cárcel el 11 de febrero de 1990. A las 16:20 horas cruzaba por última vez el umbral de la prisión de Victor Verster, a 60 kilómetros de Ciudad del Cabo, vestido de gris, apoyado en el brazo de su esposa Winnie y saludando con el puño en alto a la multitud que le esperaba... tras 27 años encerrado.

Inmediatamente después se dirigía a la plaza The Grand Parade, en el centro de Ciudad del Cabo, donde más de medio millón de personas esperaba, en un ambiente de celebración, para escuchar el primer discurso del hombre que simbolizaba las aspiraciones negras y debía llevar a Sudáfrica al final de la segregación racial: «Hoy, la mayoría de los surafricanos, negros y blancos, han reconocido que el apartheid no tiene futuro y por lo tanto debe ser abolido con el esfuerzo y la lucha de todos, para de esa manera poder alcanzar la tan ansiada paz y prosperidad».

Todo el mundo coincidió en afirmar que su liberación constituía un hito histórico que marcaba un punto de no retorno hacia la democracia del país. Pero el camino no era fácil. El Partido Nacional, que había simpatizado con la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial y llevaba en el poder desde 1948, llevaba demasiados años desarrollando un sistema que legalizaba la segregación racial y regulaba la vida de 33 millones personas en base a criterios étnicos.

Según estas leyes, la población negra, que representaba al 80% de los sudafricanos, no podía votar, ni acceder a ciertas áreas -como playas, transporte público o aseos-, viajar libremente por el país, estudiar en las mismas escuelas que los blancos o recibir una educación completa.

«Lo que el apartheid ha destruido en nuestro Subcontinente -recordaba Mandela en aquel primer discurso- es incalculable, así como los miles de vidas que se ha cobrado, además de todos aquellos que se han quedado sin hogar y trabajo».

En este ambiente, Mandela aseguró que lucharía «con la armas si es preciso». Por otro lado, la comunidad blanca se encontraba dividida y la continuidad del presidente Frederik de Klerk, a favor de la superación del apartheid, pendía de un hilo. Sus reformas democráticas, tendentes a garantizar la supervivencia política de los partidos «blancos», chocaban, además, con las exigencias del Congreso Nacional Africano (CNA) y el propio Mandela, que quería «una democracia completa». Por último, Mandela tenía la debía unificar un CNA dividido entre los que querían negociar y los que querían continuar con la lucha armada.

Pero nada de eso ocurrió. El carisma de Mandela y su indiscutible liderazgo dentro de la comunidad negra, unido al apoyo de la comunidad internacional, jugaron a su favor. De Klerk tuvo que ceder ante la evidencia y el apartheid comenzó a ser gradualmente desarticulado. Las elecciones de 1994 convirtieron a Mandela en el primer presidente negro de Sudáfrica, poniendo en marcha una política de reconciliación nacional, manteniendo a De Klerk como vicepresidente y tratando de atraer hacia la participación democrática al partido Inkhata de mayoría zulú.

Después de toda una vida de lucha, y como había prometido, Mandela había vuelto para cambiar la historia de su país para siempre: «Sólo los hombres libres pueden negociar. Yo, no. Ni tú ni yo somos libres. Tu libertad y la mía no pueden ser separadas. ¡Volveré!», le dijo a su hija, Zindzi, en 1985.

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