02/09/2024
En su último taller, la Chacra América demostró aquellas estrategias que permiten recuperar hectáreas productivas en la zona.
La gestión de campos con alto riesgo hídrico y salino, como
son los de la pampa arenosa, es un proceso que requiere tiempo, planificación y
un enfoque integrado del paisaje basado en la conservación de la cobertura viva
del suelo.
Con la finalidad de darle batalla a la pérdida de superficie
productiva debido a inundaciones anteriores y mejorar la capacidad productiva
de sus suelos, desde 2020 la Chacra América del Sistema Chacras
(Aapresid-INTA), conformada por productores, empresas y expertos del INTA y de
la Universidad Nacional de La Pampa, trabaja para buscar soluciones ajustadas a
los ambientes de la zona en un marco de gestión integrada.
A lo largo de estos años, la experiencia local ha demostrado
que estrategias como la intensificación de las rotaciones con cultivos de
servicios (CS) bajo siembra directa son clave para reducir la salinización y
bajar el nivel freático.
Este julio, la Chacra llevó a cabo un taller donde se
visitaron bajos en los establecimientos Santa Elena y San Pablo en la zona de
General Pico. Luego de pasar un período de clausura para generar cobertura con
especies nativas (pasto esqueleto, pelo de chancho, rama negra...), recientemente
estos campos pasaron a la etapa de implantación de CS para comenzar a
rehabilitar, poner en producción y manejar estos ambientes complejos.
Caracterización del
suelo y de la napa
En el establecimiento Santa Elena, la situación de partida
era particularmente grave tras las inundaciones de 2017, que limitaron el área
productiva a 400 de 1300 hectáreas totales. Mientras que San Pablo, de 1500
hectáreas, también venía de problemas de salinidad graves. En la recorrida se
hizo un diagnóstico de la situación actual de los suelos de dos bajos mediante
calicata, práctica fundamental para evaluar su estado físico-químico y sus
limitantes.
En las calicatas se observó que en San Pablo el frente de
ascenso de la napa está más cerca de la superficie (a 20-30 cm) comparado con
Santa Elena (50-60 cm). Esta diferencia no se debe a la textura del suelo, pero
a la composición en sales de la napa y sus efectos sobre el suelo: en Santa
Elena, la napa contiene sales poco solubles que se acumularon en superficie
trás el descenso de la napa y formaron una capa dura que impide el ascenso del
agua y el desarrollo de las raíces. Algo importante que se desprendió del
encuentro es que además de hacer seguimiento de los niveles de la napa, su
Conductividad eléctrica (CE) o el pH, es crucial saber su composición en sales,
ya que el tipo de sal tiene consecuencias diferentes sobre el suelo y los
cultivos.
Cultivos de servicios
a la medida de cada ambiente
Yendo a la estrategia "verde", en la recorrida en Santa
Elena se pudieron ver lotes con Vicia sativa, melilotus, tricepiro y triticale
sembrados a mediados de abril, con muy buena cobertura del suelo. Hoy el campo
lleva habilitadas 1200 hectáreas productivas, lotes que luego sumarán girasol y
sorgo a la rotación. El girasol, al consumir agua rápidamente y ser cosechado
temprano, ayuda a deprimir la napa y permite la siembra de CS en una fecha
temprana, mientras que el sorgo puede ser cosechado o pastoreado, lo que
permite sembrar CS en una fecha óptima, sostienen desde la Chacra.
Por su parte, en San Pablo, tras intentos fallidos con trigo
y soja de segunda en bajos, decidieron clausurar estos lotes y dejar prosperar
"malezas" hasta observar una predominancia de rama negra, que nos indica una
disminución del riesgo hídrico y de la CE. Luego tomaron la decisión de apostar
a CS y cultivos de renta. En 2023 optaron por CS tolerantes a la salinidad,
como centeno, triticale y agropiro, y se planea implantar alfalfa en 2025.
En el taller se remarcó la importancia de considerar la
fertilización para complementar la implantación de forrajes y CS y la necesidad
de un manejo adecuado de nutrientes. Si bien la experiencia dio lugar a nuevas
preguntas, quedó claro que la recuperación de suelos salinos es un proceso
desafiante pero factible con las estrategias adecuadas y el seguimiento
ambiental correspondiente.
Los casos de Santa Elena y San Pablo consolidan la
importancia de la planificación, la paciencia y el uso de prácticas que
fomenten una cobertura viva permanente. Estos esfuerzos no solo recuperan la capacidad
productiva de los suelos, sino que también contribuyen a la sostenibilidad a
largo plazo de la producción agrícola en la región.
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