23/03/2008

Espectáculos y sociales

Convocatoria a una reflexión

Por Gabriela Pedro
Termina esta Semana Santa. Los cristianos de buena fe, cumplieron con los ritos y con los actos de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, que bien podría tomarse como un gran festejo de salvación eterna. De este modo, las iglesias y los eventos litúrgicos se colmaron de seres llenos de gratitud o de esperanzas. No obstante y más allá de la religión, cada uno vivió la pascua a su manera. Todo es digno. Cuatro días de vacaciones, disfrutar de espectáculos programados por doquier, visitar las ferias floridas de cristitos conviviendo con pulseras trenzadas y ceniceros de vidrio artesanal, velas, castillos inflabes para los chicos, malabaristas etc. O bien se pudo optar con justa razón por quejarse a grito pelado, debido al aumento súbito de ciertos precios en el mercado. De más está hablar del costo de la rosca pascual y de los huevitos cargados de confites, carísimos, frente a los cuales los niños arrasan con caprichos justificados porque son ricos y de envoltorios atractivos, preciosos, más allá de cualquier tipo de creencia. Y vamos si se jugaron los abuelos y tíos con el óvalo de una vez al año. Pero volvamos al asunto de la fé. Volvamos a quienes creen en aquello que no ven. Volvamos a los fieles tandilenses y a esas casi 60 mil personas que vinieron de distintas partes del país y visitaron nuestra ciudad, nuestro calvario. Percibir la enorme concurrencia al Vía Crucis de la familia y al de jóvenes fue más que conmovedor. Hubo de todas las miradas. Miradas de contemplación, miradas de gratitud de encuentro y comunión, pero también de las otras, de esas tristísimas o desmoralizadas que mostraron en espejo sus almas dolidas. En estos días por una cosa u otra suelen desatarse rápidos replanteos existenciales: aquellos que nunca rezan quizás se largaron a un diálogo con dios o con esos seres queridos que ya no están aquí. La gente que cree realmente reunida en multitud, de alguna forma contagia esa energía y es así que aun los que viven en la duda, rezan por sí acaso. Asimismo y por el contrario, están los resentidos, los que han pedido una y otra vez, día tras día, algún milagro que los alivie y al no haber obtenido la respuesta esperada de dios, se sumen en una gran impotencia y se revelan borrándose de la lista de invitados a la última cena del señor. A cambio: ¡Vamos a la playa Oh Oh Oh Oh Oh!
¿Quién tiene la verdad? ¿Quién tiene la verdad en este mundo donde el conflicto bélico con Irak amenaza con prolongarse por varios años más? ¿Dónde el recalentamiento de la tierra aterroriza con pronósticos temerarios para las próximas décadas? ¿Será ya la hora del Apocalipsis? Que el mal existe no hay casi dudas en el imaginario colectivo. Aun los incrédulos lo encarnan en nombres, apellidos y con cuernitos caricaturescos. No obstante la cosa es más profunda que buscar la contrapartida y llamarle “el bien” o llamarle Dios. Cuando se dice más profunda en este caso, se quiere decir más individual en algún punto.
Pero volviendo a esta Semana Santa: ¿Quien tiene la verdad?

Opinión de reconocidos pensadores
El escritor Horacio Salas, en entrevista, cuenta de esta forma su experiencia:
“A mis siete años debí aprender de memoria en el catecismo: Dios es el ser infinitamente perfecto, creador del cielo y de la tierra, que premia a los buenos y castiga a los malos. Por esos mismos días arrojaron las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Le pregunté a mi padre “¿Todos eran malos, papá? ¿También los chicos?” No supo qué contestarme y me respondió: “Lo charlamos otro día, porque estoy apurado”.
Fue mi primera duda. La duda, “esa jactancia de los intelectuales”, como le gustaba decir al golpista coronel Rico, me acompaña desde siempre, me obliga al cuestionamiento perpetuo.
Podría agregar -continúa Horacio Salas- que tengo absoluto respeto y buena relación con quienes practican todas las religiones, excepto con los fanáticos. Detesto a los de cualquier especie. Tampoco me gustan los intermediarios para hablar con Dios. Alguna vez respondí que lo más cercano a mi autodefinición religiosa sería la de un ateo que cree en Dios”.
Y en este punto, que se permita en esta nota decir que hay unos cuantos que se jactan de no creer en nada y en algún momento difícil de sus vidas se les escapa, al menos, alguna plegaria al vacío. Ocurre que cuando el vértice humano se apoya en la nada se suele buscar, a veces inconscientemente, alguna fuerza de gravedad que sostenga y justifique el vivir, las alegrías, las tristezas, los recuerdos, las injusticias, los esfuerzos, el amor y todo eso que no puede “haber sido en vano” ante el abismo del morir. Entonces como quien intuye que existe un fondo de mar profundísimo al que no se puede llegar todavía, muchos hablan de una vida eterna. A esta altura de las palabras (y que se sepa disculpar) cuánto nos hemos alejado de los confites del huevillo pascual, de los precios de las roscas y del castillo inflable para chicos de al lado de las ferias.

Santiago Kovadloff, fílosofo de los grandes y escritor sin palabras de más, da su respuesta amplia en perspectiva y dice en re pregunta “¿Qué es Dios para mi? Un enigma indispensable -y explica- un enigma porque el problema del mal impone la pregunta de su significación con respecto al bien e indispensable porque su protagonismo en el mundo contemporáneo se evidencia en todas las latitudes del planeta y como no se puede analizar en términos probatorios remite a una índole de subjetividad. Por lo tanto en estos días se reclama como un valor necesario.
¿Quién tiene la verdad? Los crtistianos o católicos de pura sepa con ese “don de la fe” suelen vivir en pacífica alerta aferrados a versículos bíblicos loables como, entre otros, aquellos de Mateo 24 que dicen “Velad, pues, porque no sabéis a que hora ha de venir vuestro señor. Pero sabed esto, que si el padre de familia supiese a que hora el ladrón habría de venir, velaría y no dejaría minar su casa”. Para muchos es difícil vivir con fe y ser consecuentes, como también para otros, es difícil vivir sin ella.
¿Quien tiene la verdad? Hugo Mujica poeta, ensayista, sacerdote más que mundano y con una experiencia de siete años en La Trapa, supo encontrar verdades en lo esencial. Particularmente con respecto a Semana Santa dice en entrevista, “Sin duda se trata de un tiempo fuerte, se puede considerar el hecho axial del cristianismo, ocurre que a veces transcurrida esta semana cada uno vuelve a esa cotidianeidad dura y exigente que te saca por momentos, de ese estado de diálogo con Dios elegido. Por otra parte es importante retirarse al silencio algunas veces, sabemos de la invasión de los medios de comunicación, etc. pero seamos concientes de que cada uno elige prender o no el televisor por ejemplo”. En cuanto a aquellos que mucho le ruegan a dios y quizás no encuentran la respuesta esperada Mujica agrega, “Rezar no es recibir respuesta, se debería rezar a dios porque él se lo merece”.
Y ahora para no dejar colgadas las crucesitas que conviven con pulseras trenzadas y ceniceros de vidrio artesanal muy atinente es el siguiente tramo que emana de la charla con Horacio Salas, “la civilización capitalista ha logrado que todo se banalice e invente días especiales para el amor, para el niño, para los fantasmas, para los padres, para los abuelos, para los amigos, para el tío. Simples multiplicaciones del gasto en regalos. Hasta hay un día dedicado a la poesía por la UNESCO. (Ni así se consigue que compren libros de poemas, pero esa es otra historia.)” -y agrega con absoluta claridad- “hasta hace algunas décadas, los católicos practicantes cumplían con los rituales: estaciones del Via Crucis, visitar siete iglesias, respetar la veda de carne. Hoy todo ha pasado al olvido, cubierto por el turismo, el fin de semana largo. Si se hiciese una encuesta con respuestas sinceras (munidos de esas mágicas maquinitas de las series policiales americanas que obligan a decir la verdad) se advertiría que el porcentaje de entusiastas de las vacaciones supera –en mucho- a quienes se acuerdan del origen de la Semana Santa, y los motivos de una celebración que excede, claro, la ingesta de pescado el viernes y de huevos de chocolate el domingo.”
Y ahora sí: ¿Cuál es la verdad de esta historia de carne y cruz? No se sabe. Sólo se puede decir que después de dos mil años mucha gente sigue rezando, apoyando su espalda en el enigma, en la muerte que pretende no morir.
gaby_ashi_pedro@hotmail.com

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