13 de enero de 2012
Entre todos los temas que he tratado en este Rincón Tradicionalista, referidos a la vida y costumbres de nuestro hombre de campo, desde su aparición en todo el territorio argentino y sobre en el ambiente pampeano, que es el que mas nos preocupa a los “sureros” o porteños según sea la óptica del que analiza la historia, no puedo dejar de hacer mención a un personaje que fue parte indivisible de los acontecimientos que llevaron adelante la conquista del territorio por ellos ocupados desde la edad de piedra y que el hombre blanco en su afán conquistador y en algunos casos con buenas o malas artes, ambicionó y logro definitivamente su posesión.
Las opiniones son diversas y obviamente durante el curso de la historia, los diversos protagonistas de la misma , trataron de llevar agua para su molino, defendiendo cada uno su postura, ante el modo en que se invadió y usurpó el territorio del que fuera habitante natural de las praderas (razas originarias), aunque en algunos casos (muy pocos) estos territorios fueron comprados legalmente y abonados a sus dueños, tal es el caso de la Estancia “Miraflores” del partido de Maipú que fuera propiedad de la familia Ramos Mejía, la gran mayoría fueron adjudicados a través de la famosa ley de “Enfiteusis” puesta en vigencia por uno de nuestros grandes “iluminados” como fue Bernardino Rivadavia, tierras que fueron pagadas al estado argentino, tarde, mal y nunca.
Por otro lado, había pocas posibilidades de avanzar sobre el desierto y los primeros pobladores, lo hicieron a fuerza de sable, lanza y coraje, trasladando sus familias a través de una frontera absolutamente insegura y en muchos casos traspasando la línea de fortines, que eran precarios asentamientos militares, con milicias mal equipadas, impagas, hambreadas y peor montadas, que obviamente no podían otorgar la seguridad, que ese desplazamiento de colonos y enseres requería.
De esta forma nació la estancia argentina, con dueños que trabajaban a la par de sus peones y combatían al indio, que defendía su suelo natal y eran tan gauchos como aquellos en el momento de la defensa de sus pequeñas fortalezas en las que hasta algún cañoncito solía haber, dándole al poblador alguna ventaja en el momento de la batalla, en las cuales los malones, formados por verdaderos ejércitos de aborígenes que lucharon como dije en principio por sus tierras y luego por el botín que de estos resultaba en la invasión a las propiedades del “Huinca”(cristiano).
Nombres como Pincén, Calfucurá, Payné, Baigorria, Yanquetruz, (este último le puso sitio a Tandil), Catriel y muchos más, hacían temblar la frontera cuando organizados malones atacaban las estancias, llevándose de arreo miles de vacunos y yeguarizos, que luego, eran comercializados en Chile con las tribus araucanas y estancieros chilenos que con la anuencia del gobierno trasandino que miraba hacia otro lado favorecían este infame comercio.
La ruta seguida por los malones hacia el oeste fue denominada rastrillada del desierto que cruzaba las Salinas Grandes, llegando por La Pampa hasta Neuquén y allí cruzar la cordillera. Esta huella hasta el día de hoy se puede observar o distinguir en vuelos de avión, tal es su tamaño y dimensión.
El malón en su ataque diezmaba todo a su paso, hombres, ancianos y aun niños caían bajo la lanza o eran pasados a degüello, llevándose las mujeres cautivas, que luego integrarían sus posesiones o serian vendidas o canjeadas al igual que cualquier caballo apreciado. Todo elemento de valor era sustraído y las piezas de plata (candelabros, monedas, iconos de las iglesias etc.,) eran entregados por los “Conas”(indio de lanza), “Capitanejos”(jefes de menor jerarquía) o los mismo caciques a los plateros de la tribu (se destacaron en ese arte) para ser fundidos y ser convertidos luego en pilchas de plata para sus aperos o algún juego de espuelas sobresaliente. Su codicia no tenía igual, aunque era a pesar de su ignorancia, mucho más respetuoso que el cristiano a la hora de repartir un botín de guerra con sus compañeros de lanza. Mucho se ha escrito sobre la habilidad increíble que tenían en el uso de las boleadoras y las chuzas (lanzas) construidas con cañas de colihue de hasta tres metros de longitud, casi siempre traídas de Chile y de gran valor de intercambio, en cuya punta ataban por medio de tientos, hechos con tendones de animales muertos en la caza, media tijera de tusar, alguna hoja de cuchillo o cualquier elemento punzante y la que manejaban con maestría sin igual, montados en su caballo de pelea aperado con muy pocas pilchas, para no llevar peso de mas, con lo que asolaba los campos que atacaba, mientras que la Chusma (mujeres e indios viejos) los seguían a 5 o 10 leguas para arrear con suma baquia el producto del malón hacia tierras seguras, alejándose de la avanzada.
Se han volcado litros de tinta tratando este tema y cada cual hará su lectura del contenido, pero solo el tiempo dirá de quién fue la razón en lo que se dio en llamar “la conquista del desierto”.
La ilustración que acompaña la nota es un dibujo de Eleodoro Marenco extractado del libro “Una excursión a los Indios ranqueles”de Lucio V. Mansilla.
Bueno amigos esperando que les haya gustado la nota, será hasta la próxima. rincontradicionalista@hotmail.com
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