6 de septiembre de 2025
El amor como motor de transformación. Hoy La Lupa Random te cuenta sobre el Merendero Irupé. Un espacio que nace luego de una acción solidaria que no para de replicarse en otros. Y la historia de resiliencia de Estela la creadora del merendero, que, gracias al amor de otros, pudo transformarse en una mujer imparable.
por
Lorena Medina y Florencia Pendas
Siempre los merenderos y comedores han sido lugares en
los que un plato de comida, no sólo atiende una necesidad puntual como la de
alimentarse, sino que son espacios de contención, afecto y escucha, donde
quienes acuden se siente libres de prejuicios.
En Tandil el Merendero Irupé que funciona en Navarro 451,
en el barrio El Tropezón, es un ejemplo de eso y hasta allí nos fuimos con La
Lupa Random, con la idea de contarles a ustedes la labor que hace Estela y su
gente. Pero como siempre, nos encontramos con otra historia detrás del merendero,
porque Estela, no es sólo quien motoriza el merendero, ella fue una mujer que
necesito que alguien viera su necesidad y la ayude. Y esa mano salvadora,
estuvo. Luego vinieron otras, y ahora, sostiene Irupé porque necesita devolver
algo de lo que se la ha dado y porque siente que su propósito de vida es, también,
ser esa mano salvadora para otros.
El Merendero comenzó a funcionar hace ocho años, "empecé después
de que las chicas de Cadena de Favores me ayudaran a hacerme la casa, ellas me proveían
de donaciones para que yo pudiera organizar un baratillo y con ese dinero
comprar los materiales para que mi marido vaya construyendo esta casa", cuenta
con orgullo. "De ahí me quedo esa manera de trabajar y pensé en que era
importante mantenerlo para hacerlo por otros, así que continuamos con el
baratillo, pero esta vez, con lo que recaudamos compramos para cocinar una vez
por semana y darla a las familias que lo necesiten".
El Merendero Irupé es una entidad de bien público que
trabaja de manera articulada con el municipio para poder llegar a las familias
que lo necesitan, que hoy son 21 algunas mujeres solas con hijos, y otras
personas mayores.
Trabajan allí Estela y sus hijas, sobrinas y nueras, a
veces convocan a otras mujeres del barrio, muchas de las cuales, han encontrado
en Irupé más que un plato de comida. "Nosotros siempre les decimos a las chicas
que estudien, que se capaciten, hay muchos cursos que se dan que son
herramientas para que después puedan trabajar. Algunas de ellas terminaron la
escuela, otras hicieron cursos y el municipio les entregó máquinas de coser,
por ejemplo y están trabajando, por ellas por sus hijos, y cuando pueden vienen
y nos ayudan a nosotros", cuenta con un afecto parecido al que uno tiene cuando
habla de alguno de sus hijos.
A Estela no se la contaron, ella sabe lo que es sufrir,
tener necesidades, gritar en silencio, no ser vista. Pero alguien, alguna vez
supo interpretar su padecimiento y no solo la salvó, sino que la transformó.
"Tuve una vida bastante complicada, he vivido en un instituto
de menores en La Plata, Casa Grande se llamaba, fui ahí para poder conservar a
mis hijos, porque al ser menor, en nuestra época era más difícil hablar de
ciertas cosas. Preferí que me encerraran para tenerlos a todos conmigo", confiesa,
al tiempo que empiezo a darme cuenta de que la historia que habíamos venido a
buscar, cobró otro sentido.
"En ese momento hubo una persona que me dio su mano y me
saco de donde estaba, eso se lo agradezco toda la vida porque de ahí en más, empecé
la vida con mis hijos. Ahora hay cosas que se pueden hablar más, pero cuando yo
era chica, no. Fui víctima de abuso en mi casa, esa persona entendió lo que
quise decirle y me rescató. Siendo menor ya tenía tres hijos y estaba
embarazada, por eso me llevaron a un instituto de menores."
En ese escenario inimaginable, Estela crio a sus hijos y "desapareció"
de Tandil. Aprendió a ser mamá criándose con ellos y hoy son tan unidos que
piensa en que no sufran por sus temas de salud.
De regreso en Tandil, era otra. "Cuando volví a los años, ya no dejaba que nadie me diga nada. Me llevaba el mundo por delante. En La Plata terminé la primaria y pude hacer un curso de enfermera en el centro oncológica en Gonnet. También me capacité en trabajos con personas con discapacidad, hice un curso de cocina".
Ahora entiendo más el porqué de su insistencia con que
las mujeres del barrio trabajen y sumen herramientas y conocimiento, ella sabe
que se puede, porque ella pudo en un momento en el que no había tanta escucha y
mucho prejuicio.
Muchas veces se preguntó porque le pasaron tantas cosas, "con
mis hijos vivimos de todo, algunas cosas se recuerdan, otras se olvidan, hay que
quedarse con lo bueno", dice con toda seguridad.
Hoy, ella, sus ocho hijos, sus nueras, su marido Martín y
sus nietos, son una gran familia de puertas abiertas, sin banderías políticas,
con algunos padrinos que ayudan pero que prefieren en anonimato. Así hacen el
baratillo, cocinan para otros, y la ropa que no se vende la envían a Chaco a un
pueblito donde la gente vive en casas de chapa y los niñitos no tienen
zapatillas que resguarden sus piecitos curtidos por la tierra.
"No es necesario tener un montón para ayudar, no importa
la cantidad de lo que tres, sino con la calidad con la que lo traes", la frase tiene
la contundencia de un sopapo de realidad que a cualquier corazón humano hace
trastabillar.
Terminamos la nota y nos saludamos con un abrazo, con esta Estela que al comienzo nos trataba de "usted" y que como la leyenda de la flor de Irupé es una representación del amor que transforma. El amor que recibió cuando necesitó y el amor que da en cada acción, una Cadena de Favores que empezó hace más de ocho años.
Para ayudarlos
Quienes deseen contribuir con el Merendero pueden buscarlo en instagram o comunicarse al 2494 57-0286
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