29 de abril de 2016
Opinión
Por Oscar Cuartango(*)
El 1º de mayo de cada año se conmemora en gran parte del mundo el “Día del Trabajador”, en homenaje a los “Mártires de Chicago”, ejecutados por su participación en una lucha de los trabajadores de esa ciudad por una jornada laboral de ocho horas puesta en marcha en mayo de 1886.
En nuestro país, en el año 1910, en el que se cumplía el Primer Centenario de la Revolución de Mayo, arribamos a esta fecha en medio de luchas obreras y severas represiones de las fuerzas armadas y de seguridad. Similar situación se repetiría en 1916 al festejarse el Primer Centenario de la Declaración de nuestra Independencia, ocurrida el 9 de julio de 1816. Basta con citar, que años después, se produjeron los recordados hechos represivos de trabajadores como los Talleres Metalúrgicos Vasena en La Semana Trágica, el fusilamiento de trabajadores en la Patagonia y la muerte de los hacheros y obreros en los quebrachales de la Forestal en el Chaco Santafesino, por nombrar algunos.
Si bien durante el primer gobierno de Hipólito Yrigoyen, nuestro país adhirió a convenios de la Organización Internacional del Trabajo y se institucionalizó la jornada de ocho horas de labor y el descanso dominical, lo que posibilitó la entrada en escena de las clases medias y populares; la resistencia conservadora y su posterior derrocamiento, motivaron que tuvieran que pasar décadas para que a partir de la asonada militar del 4 de junio de 1943, que pusiera fin a lo que Jauretche acertadamente denominara “La Década Infame”; esa ausencia de los asalariados y demás sectores populares en la toma de decisiones y en la participación de las riquezas que nuestro país producía en abundancia en beneficio de unos pocos, comenzara a revertirse.
Ese cambio de paradigma se concretó a partir del 4 de junio de 1943, hasta el 17 de octubre de 1945 y se institucionalizó electoralmente el 24 de febrero de 1946 con la consagración de la formula Perón-Quijano, para presidir los destinos del país y se mantuvo el cambio y la institucionalidad hasta el 16 de setiembre de 1955, fecha en que la mal autodenominada “Revolución Libertadora”, le puso fin, dando comienzo a un período de represión, proscripción y persecución a la clase trabajadora, a los sectores populares y a sus dirigentes, salvo el breve interregno de 1973 al 24 de marzo de 1976 en que Perón regresa a su patria, es consagrado Presidente por tercera vez y fallece ejerciendo esa presidencia. A partir del 24 de marzo, se sumió a nuestro país en la más salvaje y desalmada represión de nuestra historia, y se mantuvo hasta el 10 de diciembre de 1983 en que Raúl Alfonsín asume la Presidencia de la Nación.
En medio de esa continuidad institucional, se arriba al año 2010 y se conmemora el 1º de mayo, en el año del bicentenario de la Revolución de Mayo, en un marco referencial diametralmente opuesto al del primer centenario.
Graficando este acerbo, el 1º de Mayo de 2010 lo festejamos, el suscripto, entonces ministro de Trabajo de la Provincia de Buenos Aires, mi par Nacional, Carlos Alfonso Tomada junto a otras autoridades nacionales, provinciales, municipales, numerosos dirigentes sindicales y empresarios y gran número de trabajadores, en el Paseo del Trabajo de la ciudad de Avellaneda.
Este año, las cosas están cambiando. Estamos transitando los meses previos al segundo aniversario de la Declaración de nuestra Independencia el 9 de Julio de 1816 en un escenario agorero para los asalariados y demás sectores populares. Un gobierno que adscribe al liberalismo económico y deja librada la suerte de la producción y el empleo a los avatares del mercado, con la consiguiente pérdida de puestos de trabajo, el crecimiento de la desocupación, la pobreza y la pérdida del poder adquisitivo de los sectores populares.
Conmemoramos este 1º de Mayo y festejaremos el segundo centenario de la declaración de nuestra independencia, en medio de un círculo vicioso en el cual, la pérdida de puestos de trabajo y la reducción del poder adquisitivo de los salarios reducirán la actividad económica y el consumo interno y ello producirá efectos recesivos que generarán la pérdida de más puestos de trabajo y de profundización de la recesión.
Para salir de ese esquema perverso, es necesario dejar de lado falsos fundamentalismos e individualismos, priorizar el interés general por sobre los intereses sectoriales, asumir autocríticamente la derrota y el peronismo tiene que recuperar su capacidad de síntesis de las ideas políticas nacionales y populares y convocar a las fuerzas políticas y de la producción y el trabajo a integrar un frente que ponga límite a esta escalada neoliberal y encamine al país en la senda del crecimiento con desarrollo y equidad, haciendo un país viable para todos y erradicando definitivamente la pobreza.
(*)Exministro de Trabajo de la provincia de Buenos Aires y militante Peronista.
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