1 de agosto de 2025
Entrar a la peluquería de Vicente Lionetti es como viajar en el tiempo y reencontrarse con el espíritu de las antiguas barberías. El sillón redondo, del que cuelga el asentador para afilar la navaja, y el enorme espejo enmarcado en madera que ocupa casi toda una pared -tan antiguo como el local mismo- son testigos de otra época. Allí, él trabaja con la calma de un artesano, ajeno a los cambios vertiginosos de los estilos del siglo XXI. En diálogo con LA NACION, el tandilense por adopción reveló el secreto que le permite mantenerse tan activo a los 91 años.
Tal vez Lionetti sea uno de los barberos más longevos de Buenos Aires que aún sigue en funciones. Nació en Bari, al sur de Italia, en 1934, y a los 17 años, después de un país desecho por la Segunda Guerra Mundial, eligió asentarse en la Argentina junto a sus padres, que habían decidido instalarse en Tandil hacía poco.
Entrar a la peluquería de Lionetti provoca una mezcla de sensaciones y la mayoría evoca al pasado: con trofeos y distinciones que adornan el local, un teléfono fijo que descansa sobre una pequeña repisa y un celular con una antigüedad de 10 años que solo llama y manda mensajes.
El tandilense -porque así se considera- se estableció en Villa Italia, un barrio con más de 100 años de historia en la ciudad y que, para los vecinos mayores, es una república en sí misma. El oficio lo aprendió en su pueblo natal a los 14 años. En ese entonces, su familia le dio dos opciones: trabajar o estudiar. Y él, que sabía que necesitaban el dinero para sobrevivir en un contexto económico poco favorable, se inclinó por la peluquería y barbería. Así aprendió cómo cortar el pelo y ejerció como aprendiz el tiempo que permaneció en su país.
Emocionado al recordar aquellos años y con una mezcla de nostalgia y felicidad palpable, vuelve al presente y retira del esterilizador y vaporizador para toallas de hace más de 50 años, un objeto preciado que lo conecta directamente con sus inicios. "Con esta máquina empecé a cortar el pelo. Todavía funciona, si se corta la luz puedo usarla sin problemas", rememoró entre risas mientras activaba el sistema manual para mover las cuchillas.
Por el local de Lionetti pasaron varias generaciones de abuelos, padres y nietos. Muchos de ellos aún van por tradición, mientras que otros lo hacen por el gran afecto que le tienen. Es una leyenda que creció con el barrio y que todavía le hace frente a las nuevas modas de las "actuales barberías".
Antes de cada corte, el hombre de 91 años se pone su guardapolvo blanco con un sutil bolsillo del lado superior izquierdo para guardar todo lo necesario: una tijera, un peine y la navaja. Ni siquiera usa lentes. Quienes cruzan la puerta para ser atendidos solo se sientan y él ya no pregunta... simplemente empieza a cortar.
Lionetti llegó en 1951 a la Argentina y apenas desembarcó, su padre -un albañil de oficio- le consiguió un puesto en una peluquería. Aunque duró poco allí, algo en el rubro le había despertado cierta pasión, dado que empezó a trabajar en otro local donde, sin saberlo, le esperaba una gran sorpresa: el dueño del lugar le ofreció dejárselo a cambio de un bajo alquiler. Con el sillón y el espejo de marcos de madera -que aún conserva- comenzó a escribir las primeras páginas de su historia en Tandil.
(Fuente: Emiliano Pettovello Paladino, "La Nación")
COMPARTE TU OPINION | DEJANOS UN COMENTARIO
Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales.