2 de julio de 2010

Espectáculos y sociales

Espectáculos y sociales. Rincón tradicionalista: El Fogón

Por Ernesto R. Sangineto

Si hubo en el campo un lugar de reunión para la paisanada, tanto en las estancias, en las acondicionadas “materas” construidas exclusivamente para tal fin, en los ranchos o viajes realizados en la vida nomade de nuestros gauchos, este siempre fue alrededor del fogón, donde con leña, bosta de vaca u oveja seca, ramas, etc., el hombre de campo siempre se las ingenió para armar el fueguito que le cocinara, calentara la caldera para el mate o simplemente calentarse el cuerpo.
El fogón es el lugar donde se hace el fuego, “alrededor del fogón” significaba la reunión de la peonada a la hora de las comidas y el descanso.
Años atrás los ranchos tenían cocinas con dos entradas una frente a la otra y el fogón, que era redondo y formado por caracúes clavados que sobresalían a cierta altura del piso de tierra. También se los construyó de adobe, con llantas de carro, más adelante con las llantas de los antiguos tractores, ladrillos, etc. El motivo de las puertas enfrentadas era que se entraba un tronco bastante largo, tirado a cincha de caballo por la puerta opuesta, pues no se lo podía cortar con facilidad a menos de hacerlo astillas, colocándose sobre el fogón una punta a la que se le prendía fuego, y así lentamente se iba consumiendo durante días. Al principio quedaba la extremidad del tronco fuera de la puerta y el fuego quedaba encendido día y noche, cuando llegaba algún peón, daba con el lomo del cuchillo algunos golpes sobre el tronco prendido lo que hacía caer algunas brasas que avivaban el fuego donde se pondría a asar algún churrasco en el “almuerzo chico” de media mañana o simplemente calentar la pava para tomar unos “amargos”.
A medida que se consumía el tronco se lo hacía correr para que la extremidad encendida quedara siempre sobre el fogón, los arrieros solían colocar sobre sus fogones a campo, los palos encontrados para leña colocándolos a la mitad de estos si eran muy largos para que el mismo fuego los cortara y de esta manera contar con más leña para avivar las brasas.
En los ranchos, de la cumbrera o las tijeras se hacía colgar verticalmente una cadena de la que se suspendía la caldera siempre llena de agua, lista para el mate. En la rueda de paisanos formada alrededor del fogón, cada grupo cebaba su mate y la caldera siempre colgaba de uno de los ganchos que pendía de los eslabones, volvía al centro cada vez que la dejaba el cebador.
El general Mansilla dice: “El fogón argentino no es como el fogón de otras naciones. Es un fogón especial… Ya lo he dicho el fogón es la tribuna democrática de nuestro ejercito”.
Carlos Reyles la ha llamado “capilla gaucha”.
José Hernández dice: “La reunión en la cocina tiene para el hombre de campo una atracción irresistible; tiene encantos que solo él comprende. El fogón es alegre por excelencia.”
Es el lugar donde se comenta en forma doméstica todos los aconteceres del quehacer cotidiano en el campo; para datos más amplios sobre los sucedidos de la zona debía dirigirse uno a la pulpería donde la información era más detallada.
Pero la matrera y el fogón daban esa sensación de calor humano y la tranquilidad del descanso reparador, la charla y los proyectos para el día que vendría, antes de echarse en el catre de tientos tapadito con el poncho.
En la ilustración que acompaña la nota, un acrílico del genial Carlos Montefusco, a mi parecer unas de las mejores obras logradas, denominada “Nos hacía temblar la pera”, se puede apreciar en plenitud la semblanza del uso del fogón y me atrevo a transcribir la descripción de la escena que lo compone, extraída del catálogo de la exposición de “Arandú” del año 2006 donde Carlos expusiera sus obra: “En el año 12 entré de pión a la estancia “El Deslinde” en el partido de Ayacucho, donde era capataz de campo Don Severo Godoy, hombre serio y respetado. No había nada en él que no supiera sobre la hacienda o el yeguarizo. Fue sargento en el 3 de Fierro, aquel regimiento famoso del finao Coronel Villegas, que en paz descanse.
También estaban en el personal los hermanos Vergara, entrerriano ellos, uno era Florentino, no muy despierto el pobre, ¡pero trabajador…!, usaba una boina tejida con una borla colorada, viera lo bonita. El hermano, ¡que jinete!, aunque medio hereje con el animal. En la estancia estaba como domador. Yo siempre me llevé bien con él, era un hombre de regular altor, que no se metía con naides, pero si lo buscaban era más malo que tomar agua sudao.
Otro que estaba, era el viejito Cerilo, uno de los hombres más antigua que he conocido, algunos decían que era del tiempo de Rosas, y debía ser nomás por lo viejo. Sabía hacer unas botas ‘e potro muy buenas.
Me acuerdo que la cocina de los piones tenía un jogón de llanta, el patrón le había mandao hacer piso e ladrillo en todo enredador, había una mesa larga con dos bancos pintado ‘e verde, pal jogón unos bancos chiquititos. Nos reuníamos de noche y el viejito Cerilo se mandaba unos cuentos bárbaros, de la viuda, de luces malas y aparecidos.
Como que me llamo Valeriano Maciel, que le asiguro que hasta el gato ‘e la cocinera se acoquinaba del susto. ¡Ah viejo, si nos hacía temblar la pera!”
Una pinturita el cuento, buenos amigos, un abrazo y hasta la próxima.
Correo de lectores abierto.

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